22/9/09

Vida en borrador


Serían las cinco de la mañana cuando Helen atravesaba una calle aun gris por el reciente paso de la bruma, su paso célere competía con el ritmo de su corazón y la respiración le ardía por el frío, que mezclado con temor, le rasgaba las vías. Siempre ese maldito frío, que le dibujaba abstracciones en la espalda y le besaba los pómulos, le helaba las orejas con susurros y le despeinaba la calma. Siempre esa soledad, circundándole los miedos como la más fiel meretriz. Siempre esa prisa, que le azuzaba como empujada por tractores, que le hacía huir de nada, pero siempre con una premura atroz.

Igual que siempre, la asaltó un miedo absurdo, una portentosa fuerza que le carcomía las extremidades y de nuevo le apretaba el pecho. Igual que siempre, se dijo a sí misma, para disimular su sospecha, pero ésta vez algo era innegablemente distinto, su vaporoso enemigo la abrazaba ahora con un inusual apego. Quiso atribuir su ahogo a una inventada disminución de su tolerancia a los perfumes de la madrugada, …pero la verdad la consumía: Era el desasosiego el que crecía como nunca antes, y le hacía insuficiente el respiro.

¿Acaso le prevenía su propia carne de alguna calamidad inminente, o estaba percibiendo demasiado cerca el aliento oxidado y penumbroso de la muerte? ¿Sería esa la opresión que deja el vacío cuando el alma se apresta a abandonar el cuerpo?

Su sospecha le exprimió lágrimas, que igual eran lamidas de inmediato por el frío, y el miedo le punzaba las pantorrillas para que ella percibiese con mayor estupor que sus piernas ya no le servirían para correr. Las rodillas, a punto de someterse, y sus manos tomadas por la lividez de quien muere por partes.

Cada vez menos aire en su pecho, cada vez más pausada su marcha, cada vez más lejano el refugio, y el frío…, el maldito frío poseyendo sus entrañas.

Pensó en lo que recién había dejado, su cama tibia, el baño fresco, el desayuno apurado pero suficiente, el “buenos días” colgando en algunas ventanas, y, claro, la cosquilleante aprehensión de abandonar lo conocido para enfrentarse a un nuevo día. Reparó hasta en la ridícula sensación de extrañar su inofensiva existencia. Más sola que nunca, aunque rodeada de millones de testigos, sentía que no llegaría al final del camino.

Despejada la duda, su piel dejó de sentir. Una mano le soltaba el cuello mientras veía caer al piso su propio cuerpo ultrajado.

Helen comprendió que es posible morir dos veces, y que la muerte misma suele suicidarse. Comprendió que la parálisis por miedo es un acto de misericordia, un gesto piadoso de la muerte cuando ésta nos mira a los ojos.

4 comentarios:

Muchacha con sombrero dijo...

Realmente es bueno, se puede sentir lo mismo que Helen. Me recuerda algún sueño-pesadilla que tuve alguna vez.

Te agregué a mis blogs, sigo tus actualizaciones :)

Despecador dijo...

Gracias. Bienvenida.

Anónimo dijo...

Y cuánta alegría me da a mi leer las tuyas, tanto allá como aquí, lo sabes ¿verdad?.
Te quiero mucho querido amigo

Anónimo dijo...

Me alegra te guste la canción, su título es "Sígueme" la canta Manuel Carrasco.
Me encanta ver esta imagen, es bellísima.
Un beso querido R.