2/2/09

Cierta Ficción


Los solitarios saben que la noche habla, contemplan sus labios inflamados de nubes negras e interpretan las palabras que ésta difumina entre el aire espeso exhalado por las sombras. Se afirma que quienes entienden a la noche, siempre son solitarios, porque la obscuridad solo repite los rostros como si fuesen ecos de un mismo grito, inventa ciudades rasgadas y tiñe de carbón la piel.

Los solitarios suelen ser aulladores, melancólicos y adictos a los abrazos anónimos; suelen tener dolor en los pies, cicatrices en los brazos y un dejo de lividez perenne en la cara, las uñas y los labios, que dicho sea de paso, se les resecan de escupir plegarias muertas.

Los solitarios resultan ser excelentes nadadores en océanos de penumbra, se mueven con sigilo, atisban con pericia y huyen siempre más veloces que la luz. Quizá los solitarios son muertos, pero como la vida es voluntad, reviven una y otra vez cuando la turbia majestad de las tinieblas les tiende la mano y les invita a bailar… y no es casualidad que la noche baile tango.

Quizá son muertos, porque de miedo son sus bocanadas, pero al haber pasión en el miedo, regurgitan temeridad y arrojo, auto abandono y dosis de osadía con un ligero tufillo suicida. Quizá son en exceso terrenales, anclados, viscosos y lentos. Quizá murieron sólo porque olvidaron volar.

La noche existe para jugar con ellos: Les esconde los sueños, los hidrata con lágrimas y los distrae con sombras. La noche ama a los solitarios, les seduce, les moja, les liba la espalda con lenguas frías, les muerde con ceguera los pechos, les excita y les entierra… les abruma el pensamiento, les disloca los huesos, les desgarra la consciencia, y ya hincados y exhaustos les besa en la boca. La noche les apuñala el corazón con la suavidad de una cosquilla. Les ahoga de vacío con su propio aliento y les exprime el alma con su lazo ancho y negro.

Y los solitarios también aman a la noche, ese reino bicolor de igualdad suprema que les entrega un infinito cielo, un manto seguro para enjugar los miedos y sofocar las horribles angustias con apariencia de girasoles. Paradójicamente, la noche siempre acompaña a los solitarios… los habita desde adentro. Les entumece las entrañas para que crezcan allí las malas hierbas… esas feroces caníbales que nunca mueren y que crecen entre las venas como enredaderas.

Figuras descarnadas, cabello revuelto, pupilas grandes, llanto presto y cadáveres como equipaje. La tragedia de los solitarios.

Ojalá sea siempre de noche… para que mi soledad se esfume.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Dislocada me tienes tú a mi cada vez que te leo, ufffff lo tuyo no es de este mundo niño...
En resumidas, deja que te bese anda... en la boca o donde gustes...
Los solitarios somos multitud, en la noche y en el día y no hay más soledad que la compartida.
¿Vienes?

Cristibel dijo...

¿Y los que amamos la noche y no somos solitarios?

¿Cómo estás, amigo querido? En qué dimensión podemos encontrarte...

Despecador dijo...

Calma de mi Alma, excelente comentario: Lograste pintarme una gran sonrisa. Gracias...

Cris. ¿Where are you?

Anónimo dijo...

Desfallezco cuando leo ésto... es sublime. Lo he guardado en mis archivos...

Anónimo dijo...

Sencillamente excelente, La soledad es esa compañera de ruta uqe comienza acompañándote y luego ya forma parte de ti mismo .

Te dejo un abrazo y un sentimiento .