17/1/09

El engaño de la soledad


Las penas le sabían presuntas, irreales, apenas sugeridas, sin embargo le pesaban como una torre de babel sobre las espaldas. La confusión se vestía de tempestad y golpeaba a intervalos su desprotegida consciencia, como lo haría una marea enfurecida, contra las costas vastamente frágiles.

Cómo aplasta algo invisible -se dijo entre vislumbres de lucidez-, cómo arremete contra la paz en brutal golpiza un gigante hecho de pensamientos.

Nunca la soledad le había respirado tan cerca, a pesar de los amigos y de la indiferente masa que constituía su filiación. Se sabía rodeado de miles,… pero la isla que habitaba no desaparecía, más bien crecía con cada abrazo mecánico, con cada árida sonrisa que convertía en estepa su bosque de anhelos. Nadie escuchaba cuando quería decir, y nadie decía cuanto quería escuchar, sospechaba que el abandono era premeditado y que los amagos de amor habían sido carnadas hacia su desgracia.

No había tenido noticias de la última persona a quien confió su corazón, ciertamente su habitación semejaba un museo, reteniendo recuerdos y tomando por rehenes a un millón de objetos, otrora causa de sus ingenuos suspiros.

El espejo lo culpaba, y los sueños se tornaban ponzoña intoxicando cada amanecer. El teléfono mudo, el correo vacío, la ropa triste, los ojos en fuga y el alma con sed.

Si tan solo sonara el teléfono yo renacería –repetía para sí-, porque alguien me habría recordado. Bendeciría su gesto –aseguró-, abrazaría su voz y sinceraría las palabras, y seguramente lloraría, porque quien le llamara habría salvado su vida.

Silencio de martillos, demasiado peso para ser llevado. Quizá nunca había entendido que el tiempo ataca a sus carceleros. Quizá nunca había reparado en que el dolor se alimenta de vida.

Sonó al fin el teléfono, el esperado ruido llegó como adivinando la urgencia. Bendito timbre salvavidas que repetía su coro hasta inundar la casa. Bendito timbre que hacía de su estridencia un canto, una celestial respuesta para quien había implorado por ella.

El teléfono sonaba insistente y él lo escuchaba, pero su más sentida imploración escapaba muda en una última lágrima, pues ya la cuerda se había tensado en su cuello y su respiración cesaba.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Tan bello como triste...
No estamos solos ¿verdad que no?
Te abrazo todo

Despecador dijo...

Claro que no, por eso la soledad es al final un engaño. La esperanza consciente es lo cierto. Somos Todo y Uno.

Anónimo dijo...

Gracias de las dos. Nosotras también a ti.
Mil besos

Anónimo dijo...

Impresionante y profundo relato, que llena de sensaciones cada palabra, cada pensamiento. Y un final con el sello de los que saben manejar cada sentido de la palabra .

Te dejo un abrazo y un sentimiento .

Anónimo dijo...

Tu escrito sobre la soledad, me hizo recordar una frase de A. Porchia que dice : A veces ne noche enciendo una luz para no ver ."

Te dejo un abrazo y un sentimiento .

Kelly dijo...

Me gusta como escribes y me ha emocionado tu relato, especialmente ahora que me siento sola aunque no lo esté.

Te he añadido a mi blog, espero que no te importe.

Un beso

Kelly dijo...

Gracias por tu acogida. Hace poco que conozco tu espacio pero no dejaré de visitarte...me ha "enganchado".
Un beso