Bitácora de una vida

Me disfracé de humano. Ahora solo era cuestión de actuar como tal, pasar desapercibido, decir y hacer como viese en los demás para que mi experiencia fuese satisfactoria. Nací como todos, crecí con todos y aprendí lo que todos. Debo confesar que tenía mis reparos sobre el valor de parecerme tanto al resto, no entendía con claridad en dónde está lo interesante de comportarme como la pieza de un algo, difícil era comprender que para calzar en la comuna, hay que olvidar que se es todo, que se tiene todo y que del egoísmo nacen las virtudes.

Me enseñaron a entender, a hablar, a escribir y a pensar. Me ilustraron sobre Historia y posibilidades, sobre materialidad, tiempo y espacio. Me enseñaron a identificar la muerte, a temerle por siempre y llorar a quienes la experimentaban. Me adoctrinaron sobre necesidad y propiedad, sobre expectativa, pecado, venganza y dolor. Con lujo de detalles me enseñaron a responder de determinadas maneras ante distintos estímulos.

Me educaron para asumir un papel dentro de la comuna. A sentir banalidades y a disimular. Fueron especialmente enfáticos en lo que no es posible hacer, y hasta en lo que no debo pensar. Me aleccionaron para que crea sin preguntar, explore con limitaciones y sea libre en un mínimo territorio.

Me repitieron que admirara sin tocar, que odiara justificadamente y que los demás eran de más; que amar y querer son lo mismo y que la posesión es prosperidad. Me dijeron que la realidad es física y que ella nos contiene, que el valor de las cosas lo determina el dolor o el esfuerzo para conseguirlas.

Ahora, avanzada la instrucción, tomo un descanso despojado del disfraz.

¿Sabes quién serías si olvidaras lo aprendido?.

Ahora descansa…