
Las pestañas como rayos curvos provenientes de los más oscuros soles, desvestían la parquedad del aire, y retorcían con sus rítmicos parpadeos, la sutil distancia entre su asedada piel de oasis y mi desértica soledad.
Cada vistazo suyo, entonces, uno de mis amaneceres, cada huida un eclipse, y la variación terrible de temperatura en mi cuerpo, me derretía y desfiguraba, me erizaba y helaba. Tan vertiginoso proceso conmocionaba mis tuétanos y tentaba mis demonios con el ensueño de la libertad.
De cuando en vez una sonrisa -jamás conmigo, claro-, que dibujaba, como en un pálido planeta, una tormenta en la atmósfera plácida de su rostro, armónicamente pintado por matices rosa, barnices de beso y gentiles sombras en un lienzo tridimensional de porcelana.
Con la avidez de un incipiente astrónomo, me despojaba de las mediciones horarias, y solo tenía consciencia del devenir temporal, cuando detallaba la duración de cada palabra germinando de sus labios, y la constancia tímida del vaivén de sus comisuras, que volaban hasta mis ojos para metamorfosearse en tibios besos. Del resto de la expansión universal, sólo existía el inexorable equilibrio de las atracciones. Solo importaba mi dependencia, mi sumisión a sus gestos, mi cobarde abrazo de suspiros y la recurrente exploración de su aura y materialidad.
La cuestión era establecer paralelismos, descubrir entronques y colisiones por intervención divina, encontrar explicación a nuestra simultaneidad en este mundo, en este siglo, en aquel día y aquel minuto, porque las casualidades, suponía, nunca llegaban tan adentro. El azar nunca tejía parejo, y aquello era, sin más, la perfección de un plan para insuflarme aliento. Ni que decir del cuello, el cabello y el cuerpo, todo sinfónicamente ejecutado; valga confesar que desde el preludio de su silueta, ya le estaba yo aplaudiendo de pie.
De pronto, el frío se me coló por todos lados, mi adherencia fallaba, me arrastraban con indiferencia desde la ingravidez y la luz hacia los pantanos, estaba como naciendo, desprendiéndome de su matriz, abandonando su fantástico hospedaje, su etéreo alimento, el calor de su fogata y el tibio olor de sus hogazas. Se deshacían las manos que sin moverse la asían, …y los puentes caían diluidos, para mezclarse con las aguas turbias de la separación. Estaba como naciendo, pero en realidad moría, porque ella se alejaba de mi vista, y eso era como si naciera muerto.
Cada vistazo suyo, entonces, uno de mis amaneceres, cada huida un eclipse, y la variación terrible de temperatura en mi cuerpo, me derretía y desfiguraba, me erizaba y helaba. Tan vertiginoso proceso conmocionaba mis tuétanos y tentaba mis demonios con el ensueño de la libertad.
De cuando en vez una sonrisa -jamás conmigo, claro-, que dibujaba, como en un pálido planeta, una tormenta en la atmósfera plácida de su rostro, armónicamente pintado por matices rosa, barnices de beso y gentiles sombras en un lienzo tridimensional de porcelana.
Con la avidez de un incipiente astrónomo, me despojaba de las mediciones horarias, y solo tenía consciencia del devenir temporal, cuando detallaba la duración de cada palabra germinando de sus labios, y la constancia tímida del vaivén de sus comisuras, que volaban hasta mis ojos para metamorfosearse en tibios besos. Del resto de la expansión universal, sólo existía el inexorable equilibrio de las atracciones. Solo importaba mi dependencia, mi sumisión a sus gestos, mi cobarde abrazo de suspiros y la recurrente exploración de su aura y materialidad.
La cuestión era establecer paralelismos, descubrir entronques y colisiones por intervención divina, encontrar explicación a nuestra simultaneidad en este mundo, en este siglo, en aquel día y aquel minuto, porque las casualidades, suponía, nunca llegaban tan adentro. El azar nunca tejía parejo, y aquello era, sin más, la perfección de un plan para insuflarme aliento. Ni que decir del cuello, el cabello y el cuerpo, todo sinfónicamente ejecutado; valga confesar que desde el preludio de su silueta, ya le estaba yo aplaudiendo de pie.
De pronto, el frío se me coló por todos lados, mi adherencia fallaba, me arrastraban con indiferencia desde la ingravidez y la luz hacia los pantanos, estaba como naciendo, desprendiéndome de su matriz, abandonando su fantástico hospedaje, su etéreo alimento, el calor de su fogata y el tibio olor de sus hogazas. Se deshacían las manos que sin moverse la asían, …y los puentes caían diluidos, para mezclarse con las aguas turbias de la separación. Estaba como naciendo, pero en realidad moría, porque ella se alejaba de mi vista, y eso era como si naciera muerto.
6 comentarios:
La lírica es expresión de sentimientos..., la realidad, en el amor, va contrapelo de la lírica. Buen texto el suyo.
Despecador,esto es de lo mejor que leí desde hacia tiempo,sigue asi amigo.
De paralelismos, sincronización, intersecciones, dimensiones, vida y resurrección andamos rodeados...
Me gustó mucho! Gracias
Que manera de describir un mágico encuentro, cada detalle una foto.
Me encanto!!
Saludos.
Abrazo Roge, siempre estás presente.
De tu poesía disfruto tanto como de tu compañía, querido amigo. Me encantaría verte, en este nuevo año que trae cosas buenas. He tratado de localizarte vía telefónica, y no he podido encontrarte. Llámame en cuanto puedas. Un abrazo.
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